Fragments From The Anax

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EL EXTRAORDINARIO RELOJ DE VERILSBERG

[Traducción de Roberto Q. S. robertoqs.neocities.org]

Verilsberg era un pueblo ordinario con un reloj público ordinario. Acomodado en la grieta entre dos montañas alpinas, este pequeño y tranquilo asentamiento era raramente visitado y raramente había noticias de él. Un aspecto excepcionalmente no excepcional del pueblo era el reloj público que se erigía en lo alto de una torre en la plaza del mercado, visible para todos. Todo reloj en el pueblo funcionaba según el que estaba en la plaza del mercado. Los habitantes del pueblo nunca esperaban ninguna otra cosa de este reloj que no fuera la hora precisa, y con toda la razón, también; ¿por qué habría un reloj ordinario de hacer jamás algo extraordinario?

Un día, el reloj público empezó a ir más despacio. Se ralentizó solo tres segundos, al principio, pero dado que todos los lugareños establecían la hora de acuerdo con él, ahora todos los relojes en Verilsberg iban tres segundos más lento. El reloj continuó ralentizándose unos pocos segundos a la vez, de modo que entonces, aunque nadie lo notaba, el carnicero abría tarde, la misa se atrasaba y hasta el hombre que daba mantenimiento al reloj empezaba a tener un horario rezagado. Muy pronto, el pueblo entero estaba varios segundos detrás del resto del mundo.

Puesto que los incrementos eran minúsculos, ninguno de los lugareños parecía notarlo conforme la divergencia, continuamente, se hacía más y más profunda. El gallo, quien también llevaba el tiempo según el reloj, empezaba a cacarear más tarde cada día, y pronto el sol matutino, que llevaba el tiempo según el gallo, no llegaba al pueblo hasta tarde en la noche.

Una tarde, un viajero pasó por el pueblo. Aunque acababa de haber estado caminando bajo la brillante luz solar, en el momento en el que dio un paso dentro de los límites de Verilsberg se encontró sumergido en una oscuridad nocturna. El viajero intentó disipar su perplejidad convenciéndonse a sí mismo de que era nada más una nubosidad dramática. La posibilidad de una maravilla metereológica, sin embargo, fue desechada cuando descubrió que todos los habitantes del pueblo estaban dormidos. Después de despertar a un comerciante local, el viajero intentó explicar la peculiaridad de la cual había sido testigo, pero el comerciante tuvo dificultad para creer que el herrumbrado reloj de bolsillo del viajero pudiera ser más preciso que el formidable reloj público de Verilsberg. Para el comerciante y para todos los demás en el pueblo, el tiempo parecía seguir marchando al mismo ritmo que siempre lo había hecho.

La discrepancia crecía, pero las décadas que pasaban eran apenas años para los lugareños. Las modas cambiaban y los países se transformaban, pero ninguno de los verilsbergueses notaba al mundo exterior moviéndose más rápido. Una guerra estalló y fue requerido que todos se alistaran, pero una vez que las noticias alcanzaron Verilsberg, la guerra había terminado.

Apenas doce años habían pasado para el asentamiento cuando el viajero regresó. Aunque él estaba en el crepúsculo de su vida, el pueblo estaba inalterado y su gente no había envejecido. El viajero no podía creer lo que había presenciado y entonces, en sus momentos finales, revisó la hora. Fue una acción que le tomó el resto de su vida, pues el viejo reloj público ya no podía ir más lentamente, y en ese momento, el extraordinario reloj de Verilsberg se detuvo.

ANAX